Sobre cómo descamar un pescado de casi medio metro
Quienes estamos
en Dakar.
Porque hay calor, y la vista se va hacia el cielo.
Varios momentos, varias vidas
Empezaré por el principio. La alimentación de los bebés y niños/as es un problema muy grave en muchas partes de Mauritania, desde hace tiempo, con épocas en las que el problema es menos dramático y otras que debido a las condiciones climatológicas todo se agrava. Además, las mujeres encuentran poco apoyo de la familia para cualquier tarea relacionada con los cuidados.
Alma tuareg, alma emberá
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Érase una vez dos mujeres y tres hombres
Ya hoy no les veo. Parece que ellas y ellos a mí tampoco. Pero vuelvo al "ayni" de siempre para enviarles unas simples palabras que explican lo que cada quien supuso para mí, antes de que se marcharan jóvenes, incluso muy jóvenes en algún caso. No sé si antes de lo que les tocaba, o puede ser que ya hubieran dado lo que tenían que dar. Sinceramente, me hubiera gustado que permanecieran, sólo por estar un poquito más de tiempo nomás, pero no todo el mundo puede, y todo el mundo se irá. Es parte de esta linda y corta vida que tenemos. En fin, a lo que voy, que en mi caso me dieron algo, y lo comparto.
Y la malaria no le mató, porque era demasiado fuerte, una persona muy activa. Lo único que le pudo llevar fue el amor, con algo más fulminante que su risa y en muy pocos meses. Tenía un año más que yo en 2011. Ni la fuerza de la energía que dejaba por donde pasaba, con nuestras fiestas en Tanzania, le sirvió para quedarse. Demasiado bueno era todo para un sólo mundo en el que existir.
En mi cabeza queda el recuerdo de esa persona bella por fuera y por dentro que me mostraba cómo eran las enfermedades y estaba asustada, y bebía conmigo para olvidar, y bailaba, y cantaba, y reía. Ya no tendrá miedo. Aunque por lo poco que le conocí puedo afirmar que en realidad nunca lo tuvo.
...
"JC" me recibirá en su casa, como cada vez que le veía, en el calor o en el frio. Me ayudará en todo lo que pueda. Siempre seguirá con su café y su cigarrillo contándome cosas que si no hubiera saltado el charco para llegar a Bolivia no hubiera conocido. Más bien no me dejará hablar, como siempre, pero yo me impondré para que no domine la conversación. Tras esto, mirándome fijamente con mi sorpresa delante sólo me dirá lo mucho que quiere a Raquelita por ser como es. Y me desharé en pensamientos contradictorios que al final sólo me llevan al elogio. Pasábamos tras esa conversación a dar volteretas en la piscina… a vivir la vida sin más, nada más y nada menos.
Érase una vez todo lo que no se acaba, todo lo que se torna en algo tan sencillo como una sonrisa. La sonrisa de todos los días.
Pasos, pasos.
Chicó, Bogotá. 1 de enero de 2017 |
Villa de Leyva, Boyacá. 28 de diciembre de 2016 |
Conectada. Creciendo.
Esta vida errante que ya lleva una década y media, pero que siempre he llevado dentro, es lo que me desespera empezar a explicar. Que el planeta está lleno de matices y rincones, y que todos ellos se comparten de alguna manera. Ver a través de mis ojos y ver a través de esos otros que se forman, mientras no pierdo el rumbo a pesar de querer que todo salga bien.
La fuerza de las energías luchadoras que me preceden y de las que vendrán, como ésta, es la que espero que me guíe. No como algo abstracto, sino bien real. El reto de no tener lugar fijo no será el centro, sino que lo serán las ansias de conocer y de allanar cada paso.
Más allá de las playas paradisíacas
Deambulando en la espera, con sus reflexiones
Lo que estoy viendo ahora
Reparar es transformar
Como siempre, pero más acompañada
Nuestros tres abrigos |
Vista de La Paz en día de lluvia, desde el nuevo teleférico |
Y por supuesto, como aterrizamos en domingo, los nervios de ir a por salteñas no me dejan recuperar demasiadas horas de sueño. Y a las once de la mañana ya estoy esperando por una de pollo y una de carne. Pero es que al día siguiente, el lunes, en lugar de salteñas serán marraquetas bien madrugadoras, en la tienda de la casera** del frente. Y es que lo que más me hace sentir que estoy en mi hogar andino es tener todo a mano, no sólo pan sino desde unos calcetines hasta un alargador para un enchufe.
A lo lejos, comprando marraquetas, 7am |
Uno de los carteles de la Feria de Alasitas de 2018 |
Certificados de buena salud comprados en alasitas para la familia |
Mi gata, que también nos ha acompañado, mirando a la ciudad |
Balsa de totora, lago Titicaca |
Pique macho cocinado en casa |
Hormiga de la comunidad de Apolo, en el restaurante Gustu |
Precisamente en esas dos tardes de asueto de mi segunda y tercera semana he podido también volver a hablar con gente querida, como si nos viéramos todos los días, justamente sobre lo que cambia y lo que no, después de correr para poder hacer todo lo que recuerdo que hacía en mi vida allí. Hablamos de lo tradicional que sigue siendo La Paz a pesar de los cambios que se ven tales como el nuevo teleférico de la ciudad. Un ejemplo de ello es que plataformas como Uber, que en otros lugares del mundo han funcionado muy bien, son todavía poco usadas. La gente sigue prefiriendo el bus, el taxi (muchas veces aun arreglando el precio antes de subir), el radio taxi, el trufi o el minibús. Los transportes de siempre generan mayor confiabilidad, al ser lo conocido. Es como si todo fuera a su ritmo en esta ciudad de las punas alto andinas. Es el único lugar del mundo que conozco donde McDonald’s quebró. En fin, que si no fuera así no sería La Paz.
Tampoco sería lo que es si no siguieran existiendo zonas como la feria de El Alto, el Uyustus o la Eloy Salmón, lugares en los que puedes encontrar casi de todo. Y tampoco sería La Paz si no continuara sorprendiéndome lo interesada que está a gente por todo lo relativo a la cultura, con conciertos que se llenan. Y tampoco si no hubiera la challa de la casa, de la oficina o del auto, y otras tantas, tantas tradiciones y detalles que no puedo parar de enumerar. Pero tampoco si consiguiéramos movernos bien con nuestro carricoche por las calles con esas subidas y bajadas. Y finalmente tampoco si las despedidas con la familia no fueran tan cálidas, entrañables, con esas vistas a la ciudad, y si no me hubiera hecho tanta gente sentir que siempre tendré allí mi casa.
Despedida de la familia |
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* Se suele decir "ollada" a La Paz por la forma que tiene de olla la ciudad.
** Se les llama caseras y caseros a las dueñas de los comercios o puestos donde se suele comprar todos los días. También esas personas le llaman casero y casera a quien le compra seguido.
Aquello que nos hace fuertes
Edificio tradicional, downtown |
Arte urbano |
Bisonte en las afueras de Edmonton |
Hora punta |
Chinatown, downtown |
Centro de negocios |
Mayo de 2018 - febrero de 2019
Post pendiente Nº1
La maternidad es lo que tiene. Una deja de hacer tan seguido las cosas para las que antes gastaba el tiempo del fin de semana. Ahora, fuera del trabajo, casi todo es parque, cocinar y organizar la semana. Por eso en mayo de 2018 anoté algunas ideas sobre el primer viaje a mi pueblo que hacía después de dos años en Colombia. Y por la misma razón, así como por la mudanza y cambio de tres continentes en dos meses, tengo que unir esas impresiones a las que acabo de anotar en febrero de 2019, momento en el que vuelvo a España rumbo a Filipinas.
Hasta mayo de 2018 nunca había estado dos años fuera de Elda. Había viajado mucho, pero tras seis meses o como máximo un año había vuelto a mi primera casa, al lugar al que siempre volveré.
Ahora, unos meses después, describo brevemente y punto por punto, esas impresiones que tuve tras 24 meses “ausente” que anoté en ideas. Aprovecho hoy para unirlas a otras de estos días por Madrid. Y lo hago justo antes de partir a Asia:
“Lugares que ya no están donde estaban”
La avenida en la que está la casa de mis padres es central, y tenía, al igual que otras calles, tiendas y otros comercios que conocía bien. Una de las mayores sorpresas es pasear y ver lo moderno que se vuelve todo, aunque a veces conservando su esencia. Y ver a través de estos lugares que la vida pasa, la vida sigue…no espera… y en un par de años puede no cambiar mucho y cambiar tanto al mismo tiempo…
“Fábricas con timbres antiguos”
La cremallera de una maleta se me rompió y fuimos, como en buen lugar dedicado al calzado, a una pequeña fábrica a que me la arreglaran. Pero a veces se puede, otras veces no. Y aunque la maleta no se pudo arreglar había que intentarlo. Lo que más me sorprendió es que, a pesar de los cambios que encontré, en esa fábrica en concreto siguiera el timbre del mismo estilo de los que solía hacer sonar a mis 5 años. Todas las fábricas que estaban en el centro del pueblo tenían esos viejos timbres, y algo tan tonto me trajo mil recuerdos.
“Llorar en Alicante”
Sí, así sin más. Quizá por el cansancio del viaje, seguramente porque mi hija iba a conocer a sus bisabuelas, tíos, tías y amistades del alma. Pero bajé del avión, me monté en el autobús que nos acercaba a la terminal y no lo pude evitar. Una mujer se me acercó, me preguntó si necesitaba ayuda y me dijo que le recordaba a su hija, que vivía fuera. Y eso me calmó. Comencé a hablar con ella de todo un poco mientras recogíamos las maletas y hasta que vi a mis padres. En fin, que me alegré de que haya tanta gente dispuesta a echar una mano en todo lado.
“Más manifestaciones que nunca”
El momento del viaje de mayo de 2018 fue especial. Se estaban destapando varios escándalos de corrupción en la política a nivel nacional, la gente no estaba de acuerdo con los recortes en salud, y además me encontré con todas las opiniones encontradas respecto al tema de la independencia catalana. Para ser sincera, desde el 15M que presencié hace casi diez años no había presenciado que la gente de mi tierra natal se movilizara tanto. Al menos no como en los países de Sudamérica donde he vivido. Y ese cambio hacia las calles me ha generado ganas de querer volver a ser aquella que siempre estaba en las calles a principios de los dos miles.
“Café con hielo”
¡Y un café descafeinado con mucho hielo y limón, por favor! ¡Cuánto tiempo! ¡Salud por las pequeñas cosas que no hacía desde hace tiempo!
“Agua limón y horchata”
Una suerte también viajar al principio de la temporada de las terrazas, inicio del calor y los granizados como el agua limón y la horchata. Innumerables fueron los que tomé en mayo de 2018.
“Gentío”
Al igual que incontable cantidad de gente en las calles en mayo de 2018 y febrero de 2019, en todas las fechas. Y es que sale un poco el sol y por algunos lugares no se puede ni caminar.
“Nada en casa, todo afuera”
Porque me da la sensación de que en varios lugares de la península ibérica todo se hace en la calle en determinada época del año, nada se hace en casa. Por eso yo misma nunca recordaba haber pasado un domingo entero en casa sin salir, a no ser que estuviera enferma, hasta la primera vez que crucé el charco atlántico en 2005. En La Paz (Bolivia) pasé mi primer domingo descansando en casa
“Volumen alto y hablar a la vez”
También parece que me he “latinoamericanizado” bastante, estando tantos años fuera porque no llevo tan bien como antes este punto. Y no tanto el volumen sino el cómo, que ahora lo veo como si de una antropóloga social que anda tomando notas se tratase, y me analizo incluso a mí misma. Demasiado enrevesado.
“Carricoches por la calle”
Otro tema interesante es la costumbre de usar carricoches de bebé. En Colombia me di cuenta que era la gente de clase media o alta la única que los utilizaba, pero aquí me siento más normal viendo que todo el mundo tiene la costumbre. Hasta el mes pasado no he tenido la oportunidad de salir cada día al parque en este contexto y he tratado de aprovechar al máximo estos días aquello de sentirnos Mila y yo un poco más normales, aunque la normalidad sea algo relativo.
“Desayunos”
Mayo de 2018 me trajo desayunos cada día fuera de casa, la igual que febrero de 2019. Algo muy común por estos lares y que tanto echo de menos cuando estoy fuera. Hay que adaptarse, pero no dejar de hacer esas pequeñas cosas cuando se tiene la oportunidad.
“Horarios dispares”
Comer a las tres a la tarde, salir al parque hasta casi las ocho, algo rarísimo en la Bogotá natal de mi hija. No me acostumbro tampoco, sigo comiendo a la una y pensando que a las cinco o seis debemos irnos a casa, cuando todo el mundo está recién empezando a salir, incluso los peques más peques.
“Lugares con historia”
Cuando vivía en España no solía madrugar tanto como ahora. Quizá por eso veo las calles de otra manera. Salir a las siete de la mañana cuando las máquinas están limpiando las calles y sólo hay un par de churrerías abiertas, ver esos edificios viejos, escuchar los pájaros que comienzan a cantar por primavera, aun con frío, es toda una visión diferente de este lado del mundo. Y todo eso paseando por un lugar de calles estrechas con mucha energía, que se percibe por historia que han vivido esos caminos…
“Resaca en las calles”
… con esquinas sucias por la vida que hay en las noches… esperando a que los comercios se activen. Imaginar Madrid hace 200 años en este momento de mi vida no tiene desperdicio. Es genial poder olvidar el cansancio de los cambios de continente por un segundo, viviendo el lugar donde se está en un determinado momento.
“Arena en los parques”
Qué curioso. Ahora ya todos los parques infantiles se construyen con esa especie de esponja de colores en el suelo para que los y las peques no se ensucien ni se hagan daño al caer, pero parece gustarles mucho más esos espacios que aún quedan cerca de mi lugar de paso por Madrid, con mucha arena.
Ensuciarse…
Porque ensuciarse es divertido. Y me recuerda tanto, tanto, a cuando yo era niña y todos los parques eran así… ¡Cuántas caídas tengo en mis rodillas en esas piedritas que me dejaban hecha polvo, pero tanto divertían! En fin, ya empiezo a contar batallitas. Mejor seguir otro día.
Difícil es transmitir más. Me gustaría tanto que vengáis donde estoy para que conozcáis mejor cada impresión... Pero sigo con la idea que tenía al abrir este blog en Ecuador, de que lo poco que pueda compartir siempre es bueno, aunque sólo sea un instante.
Próximo post pendiente: La despedida de Colombia. Enero de 2019.
Y de repente, la lluvia
Post pendiente Nº2 de 2
Desde que llegué a Manila el 9 de marzo de 2019 no ha parado de hacer sol. Nuevo continente, nuevas sensaciones en todos los aspectos. La vida que se complica un poco más pero no evita cambios y decisiones. Y de repente, volviendo en avión del cuarto de mis viajes a la isla de Mindanao, en el sur de Filipinas, comienza una lluvia torrencial que se asemeja a aquellas de Colombia y recuerdo que tenía un post pendiente sobre mí despedida allá.
Pamamahagi
Mapa de Filipinas con la localización de Zamboanga resaltada al suroeste de la isla de Mindanao |
Vintas navegando durante un festival de la ciudad |
Campamento de paz para adolescentes de Zamboamga. |
Marang |
Lanzones |
Planes y estrenos
Típico yipni (jeepney en inglés), en Manila. |
El centro de Eastwood el 31 de diciembre, desde mi ventana. |
Siomais de cerdo y gambas. |
Té con leche y perlas. |
El año que empieza con la sequía y termina en cuarentena
Metadiario
¡Atención! Obras en la calzada… o el privilegio de cuidarse.
Pasados cuatro meses y medio sin ver el mar ni casi la calle, llega el momento de tratar de salir de la jungla de asfalto, la de cualquier ciudad enorme. Y en este caso alquilar un coche, tramitar el permiso de viaje, hacer las pruebas de salud respectivas, y con máscara y desinfección del auto salir por fin.
Conduciendo, con GPS descargado, los seres que más me importan en el mundo en el asiento de atrás, sin conocer a dónde vamos porque hasta el momento no hemos tenido la suerte de salir hacia esta zona, lloviendo a cántaros (época de tifones) y con obras en la vía, siento la responsabilidad y la libertad juntas. Esa sensación la pienso, e inmediatamente se me coloca con sus mariposas en el estómago, para finalmente, tras curvas y curvas de montaña, llegar. Y pienso cómo puedo tener tanta suerte.
Pero el privilegio es el de poder salir de la rutina por una semana para cuidarse la salud en todos los sentidos. Y no es para todo el mundo. Quizá sí para el vecindario de mi la cara burbuja en la que vivimos, quizá si para algunas personas con las que he crecido, pero no para todas. Y esto, dicho con la cabeza baja, sin ánimo de parecer paternalista, pero con sensación de privilegio mezclada a la de libertad y responsabilidad.
San Felipe. Así se llama el pueblo de la zona de Zambales que nos ha acogido por una semana con sonrisas, como todo lugar que hemos pisado en Filipinas. Con sus dos caras: la bonita naturaleza, el mar y la montaña que le rodean, y la dura vida del campo que se atisba viendo pasear a sus gentes. Dura y bella al mismo tiempo.
De camino, una buena autopista plagada de campos de arroz, seguida por un lado verde y otro azul, a continuación mercados, triciclos, check-points de esta enfermedad llamada COVID-19, muebles de madera maciza y barcas para traer el pescado. A la llegada una buena casa, de las pocas con agua corriente, luz y aire acondicionado todo el tiempo. Contraste de mansiones que tienen eso y más con casas sin nada. La nuestra, un airbnb con dueño que vive en EEUU, que por casualidad está allí durante sus vacaciones y nos muestra lo poco que se puede hacer en cuarentena: nadar. Y un ayudante del dueño que hace que esos días no los olvidemos. Salamat, kuya!
La gata, encantada con una gatito callejero, despellejado, blanco en contraste a ella, que se come las sobras de nuestros gambones al ajillo. Mila durmiendo a las 6 de la tarde, reventada de tanto sol y mar. Y el resto de la familia descansando el espíritu. Y el travel pass para vuelta, tramitado y en el bolso.
Poco más hay para comer de vuelta por el camino que un McDo rápidamente en el coche, ya que la peque no pueden salir a restaurantes por los requisitos de la cuarentena, pero el segundo viaje se hace cómodo y con más sonrisas. Y de nuevo al confinamiento de la capital, por siempre de momento, hasta que se nos comunique lo contrario.